Antier en mi noticiero puse un video de dos jóvenes de una preparatoria en Puebla que se agarraban a trancazos en un salón de clases. Fue, como se diría coloquialmente, un tiro legal. Es decir, una pelea pareja, a puño cerrado, sin trampas ni objetos punzocortantes. Quienes observaban la pelea se hicieron a un lado y dejaron que los dos rivales adolescentes se metieran unos buenos madrazos. De hecho se escucha que un compañero de clases pide silencio para que ningún maestro llegue y los descubra. No hay un claro ganador del combate pero en determinado momento los espectadores deciden que ya fue suficiente y lo detienen. Quizás lo único reprobable de este hecho haya sido el escenario. Un salón de clases no es para agarrarse a golpes, para eso está la calle o un ring, pero de ahí en más yo no le vi ningún problema a este video que, para variar, causó indignación en algunos usuarios de redes sociales. ¿Qué le pasa a las nuevas generaciones o a la mía propia que se espantan por este tipo de escenas que deberían de ser vistas como algo relativamente normal?, ¿por qué los jóvenes, millenials y centennials, nos hemos vuelto tan sensibles y blandos ante un mundo que en realidad es tan duro? Y ojo, no estoy haciendo apología de la violencia ni mucho menos diciendo que todos los conflictos se deban de arreglar a madrazos, pero hay ocasiones en que un tiro parejo siempre será mejor que otra solución que pueda derivar en una tragedia. Hay una aldea en el Perú en la que una vez al año se organiza un gran evento en donde la gente dirime sus conflictos a golpes. El fin de este evento es resolver algún conflicto suscitado durante el año anterior a puño limpio y con un árbitro de por medio. Lo leí en un artículo del diario español La Vanguardia. Uno de los participantes declaró: “Solucionamos todo acá, después quedamos como amigos. No hay rencor”. Durante el resto del año están prohibidos los golpes. Si yo fuera gobernante o empresario deportivo me iría a los zonas más conflictivas de la ciudad y les llevaría a los que viven ahí un ring, unos guantes de box y un árbitro para que en ese lugar, con todas las medidas de seguridad y con una autoridad de por medio (en este caso el árbitro) los rivales pudieran sacar todas sus rencillas en un combate justo y dirimir y terminar en ese momento su conflicto. Preferible eso a que se anden después picando o peor aún agarrando a balazos. Y ya de paso pues hacen deporte. Puede que mi reflexión de este jueves les haya parecido a algunos sumamente básica y anticuada, pero estoy convencido de que un tiro parejo, a la vieja usanza, puede salvarnos de algo peor. Y de paso nos quita lo blandengues y nos obliga a hacer ejercicio.
-Luis Enrique Hernández-