Por: Luis Enrique Hernández Morales
Me llegó el sábado al estudio de mi programa de radio el famoso video de los farrukos gandallas que golpearon un coche y a su conductor allá al norte de la ciudad. El programa ya iba a la mitad y se me ocurrió decir al aire lo que estaba viendo. Describí el video y sin utilizar calificativos contra esa tribu me limité a narrar lo que se apreciaba en el video. No pasó ni un minuto cuando llegaron al WhatsApp de la estación decenas y decenas de mensajes de voz y de texto contra los farrukos en los que la gente expresaba abiertamente su odio y su coraje hacia ellos. El video se hizo viral en redes sociales y no hubo un solo comentario en defensa a esta tribu urbana. Puras groserías, puras mentadas de madre, puro odio. Y un odio que, al parecer, se han ganado a pulso estos jóvenes, que oscilan entre los 14 y los 22 años (por poner un parámetro), y que se han convertido en la pesadilla de miles de personas que viven en colonias populares. Se sienten, según se queja la gente, los dueños de la calle, hacen lo que se les venga en gana, toman, fuman marihuana, se meten Crystal y así ya todos locos se suben a sus motocicletas modificadas a dar el rol por la ciudad, pero siempre con una actitud hostil, siempre buscando pleitos, siempre dispuestos a delinquir. Tengo en mi mente una escena que vi en la pasada edición de la feria de San Marcos como a eso de las dos de la mañana. Yo salía ya del perímetro cuando por la lateral de López Mateos llegaban unos 20 farrukos con una evidente actitud retadora. Era claro que no iban a divertirse, iban a buscar pleito y a generar problemas. Por fortuna se encontraron con un filtro de policías estatales y federales que los retuvieron. Por curiosidad me quedé unos minutos para observar la escena y cuál fue mi sorpresa que a varios de ellos les encontraron cuchillos. Los que portaban esos objetos fueron detenidos y el resto del grupo se dispersó. Recuerdo perfectamente que cuatro o cinco prefirieron dar marcha atrás y salir de la feria. No es lo mismo ir en un grupo de 10 o de 20, con varios de ellos armados, que en un pequeño grupo de 3, 4 o 5 sin otra arma que los puños. O sea que aparte de todo son cobardes.
Siempre he pensado que es incorrecto calificar de una manera u otra a toda una tribu urbana. Es como si dijéramos que todos los cholos son delincuentes, que todos los hippies son marihuanos y huevones y que todos los metaleros adoran al diablo. Pero por desgracia el tema de los farrukos, al menos en Aguascalientes, ya sobrepasó todos los límites y su fama pública está hoy por los suelos.
En mi opinión, la policía debería de aplicar una política de tolerancia cero contra este tipo de personas. Si se organiza una rodada de motos, que antes lleguen policías viales a revisar que todos los jóvenes en cuestión tengan sus papeles en regla, que todos lleven casco, que no lleven droga, que no lleven armas. El asunto es asediarlos, sin sembrarles nada desde luego, para que entiendan de una vez por todas que si van a salir a dar el rol se deben de limitar a eso, a dar el rol, no a retar ni a golpear a cuanto cristiano se les atraviese por el camino. Deben de entender por las malas que no son dueños de las calles y que si cometen una falta, así sea lo más tonta, pagarán por ella. Tolerancia cero contra ellos.
